Ella no es economista, ni inversora, ni empresaria, pero la crisis financiera la ha convertido en una de sus víctimas directas. A esta joven italiana de 23 años, hija de ama de casa y de un empresario, le fue concedida una beca Erasmus de cinco meses para terminar sus estudios de Derecho en París, en la Universidad Panthéon- Assas. Tras dos meses viviendo en la capital francesa, una llamada telefónica de un familiar le comunica lo que se venía temiendo desde hacía algún tiempo: la empresa textil, propiedad de su padre, ha tenido que cerrar al no poder hacer frente a la crisis económica. Michella Martinelli, recién licenciada, es una de las muchas y muchos jóvenes nacidos a mediados de los 80, académicamente muy preparada, pero condenada a compartir piso hasta que encuentre un trabajo medianamente bien remunerado. Lleva sus zapatillas preferidas, algo raídas y desgastadas, las mismas que la han acompañado en sus múltiples viajes por el mundo porque “no todo se aprende en la universidad”. Como para todos los de su generación, la salida al mercado laboral en plena crisis se presenta complicada: “encontrar un trabajo va a ser cosa de ciencia ficción”, afirma.
Nos encontramos en un bar parisino al que solemos acudir todas las semanas. Ella no repara mucho en que parte de su decoración ha cambiado y clava su mirada en la cerveza que tiene entre las manos. Entre frase y frase sube los hombros y resopla; no es pesimista, simplemente está desencantada del mundo en el que le ha tocado vivir, pero confía en la fuerza y el dinamismo de la juventud para sortear los inconvenientes de la crisis, retando a duelo a todos aquellos que afirman que su generación es pasiva y apática y se repite para si misma las célebres palabras de El Che Guevara: “¡ hasta la victoria siempre!”.
Pregunta: Se dice que los jóvenes de nuestra generación somos pasivos y conformistas. ¿Nos da todo igual o es una falsa afirmación?
Respuesta: No creo que nuestra generación sea pasiva, sino que más bien está desencantada. Es una generación que se da cuenta de los problemas, pero no cree que manifestarse sea el modo de resolverlos porque eso es una simplificación de los problemas. Te permiten gritar un poco, pero al final no se encuentran con soluciones, sino simplemente con menos voz. Por otra parte, tampoco cree en el poder del individuo, porque, actualmente, crear una empresa solo o conseguir desempeñar una profesión independiente, es casi imposible, por no decir más bien ciencia ficción. Es una generación ambiciosa también, pero su objetivo no es acumular muchas cosas en su vida, sino acumular mucha vida. Es una generación “Samsonite” , como ha escrito un periodista italiano, que reacciona al cambio global “globalizándose”, viajando para encontrar las oportunidades que no hay en sus tierras. A veces, la única solución es la fuga. Si no, se corre el riesgo de convertirse en una “generación amargada”.
P. ¿Cree que los jóvenes de tu edad han tenido más facilidades que la generación de tus padres?
R. La generación de nuestros padres es la del período del “boom económico” italiano, pero no creo que hayan tenido más facilidades materiales que nosotros. Entonces ellos no tenían la independencia de la que gozamos hoy nosotros, lo cual de un lado resulta positivo, pero de otro, negativo. Se ha creado un problema de definición de las relaciones con los padres: hay personas que aprovechan esa libertad; otras, se sienten perdidas.
P. ¿Vives con tus padres? ¿Cómo ves la posibilidad actual de los jóvenes de emanciparse?
R. Hace un año que no vivo con ellos. En Italia es muy difícil emanciparse porque la carrera es muy larga, las prácticas casi nunca son remuneradas, y los alquileres son caros, sobre todo en las grandes ciudades.
P. ¿Crees que las políticas gubernamentales son adecuadas o imponen más limitaciones económicas?
R. Las políticas gubernamentales son necesarias para el mantenimiento de la economía, y, si son buenas, son útiles por su desarrollo. El problema hasta ahora, sobre todo en Italia, es que las políticas adoptadas no han permitido una reconversión de la economia para afrontar la competencia de los países asiáticos, sino que solamente han protegido a las empresas más grandes, que no son necesariamente las mejores. El motivo es evidentemente político: el colapso de una empresa de 1. 000 obreros significa perder 1. 000 votos, el colapso de una empresa de 10 obreros significa 10 menos. En Italia, el 99,9% de las empresas tienen menos de 50 trabajadores y emplean el 81,7% del total de los empleados. A largo plazo, el colapso de las pequeñas empresas causa el colapso de un país.
P. ¿Cómo ves la salida al mercado laboral de los jóvenes que, como tú, terminan ahora sus estudios universitarios?
R. Difícil. En Italia hay una ley que califica las prácticas profesionales como formación, no como trabajo. Los universitarios no tenemos los medios de reembolsar todo el dinero necesario en nuestra formación, aun más sabiendo que nunca nos será devuelto. A eso hay que añadirle la durísima competencia que hay entre los recién licenciados. Desde el inicio de la crisis, casi ninguna empresa quiere contratar a nadie.
P. Tu padre ha sido víctima directa de la crisis financiera. ¿Qué ha pasado con su empresa?
R. Mi padre tenía una empresa de producción de textil en Prato (Italia) con 30 trabajadores. Debido a la competencia de las empresas asiáticas y al déficit que registraba desde finales del verano pasado, ha tenido que cerrar. En Prato son muchas las fábricas y negocios que se encuentran en la misma situación y la economía de la ciudad, que había sido capaz de adquirir nuevos horizontes, se está resintiendo. Este invierno ha habido una manifestación que ha movilizado a miles de personas, pero el gobierno no ha hecho nada aún.
P. ¿Cómo es la situación actual de tu economía familiar?
R. Mi padre está buscando trabajo, pero no es fácil. Siempre había trabajado por cuenta propia, y nadie quiere contratar, en tiempos de crisis menos aún, a alguien que supera la cincuentena, a pesar de sus capacidades técnicas y de gestión.
P. ¿Has acudido a alguna manifestación convocada desde el inicio de la crisis?
R. Sì, fui a la de Prato.
P.¿De qué sirve manifestarse cuando la situación es igual en todo el mundo?
R. La verdad es que no creo que las manifestaciones sean la solución. Siempre he creído en el derecho y en el deber de la población de quejarse por todo lo que no funciona bien, pero con el paso del tiempo voy comprobando que todo eso es una utopía. Las soluciones a la crisis son complicadas y no pueden ser resumidas en un eslogan. Es necesario organizarse para hacer propuestas concretas de cara a afrontar el futuro y está en nosotros, los jóvenes, el empezar a hacerlo.
P. ¿Cuáles son tus planes inmediatos?
R. Estoy buscando trabajo en algunas organizaciones internacionales.
P. ¿Te ves obligada a abandonar tu país ante la falta de trabajo?
R. Creo que encontrar oportunidades de trabajo interesantes en Italia ahora es bastante difícil. De momento, intentaré seguir ampliado mi formación en otros países de Europa, con la esperanza de poder volver al mío para trabajar algún día, aunque es una posibilidad que cada día, a medida que se conocen nuevos datos sobre el alcance de la crisis, veo más lejana.
P. ¿Qué es lo que no funciona en el mundo?
R. Me parece que hay muchisima distancia entre la sociedad y las instituciones. La crisis económica no es una sorpresa. Con la mitad del mundo viviendo en situaciones de pobreza extrema, estaba claro que, en un momento dado, los países occidentales empezarían a perder su riqueza, mientras otros- como los gigantes asiáticos- van avanzando cada vez más deprisa en el mercado mundial. El problema está en la gestión de ese proceso y, en este momento, los políticos ignoran la manera de manejar este cambio.
P. Si tuvieras la oportunidad de cambiar las cosas, ¿qué es lo primero que harías?
R. Habría muchas cosas que hacer, ¡es dificil elegir una! Creo que lo primero sería admitir los problemas. Winston Churchill , cuando acababa de ser elegido y había decidido la entrada de Inglaterra en la Segunda Guerra Mundial, prometía a su pueblo sangre y lágrimas. Y así fue, pero la ganaron.
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